miércoles, 4 de noviembre de 2009

Obleas de locura



Hace ya dos días que la visita matutina al baño ha dejado de parecerle monótona a nuestro amigo Corque.

La primera trajo consigo la sorpresa que toda situación inesperada trae como carabina, pasajera y fugaz, tanto como puede serlo un estornudo de perro. La segunda, la de hoy, sembró una mezcla de desmedido orgullo, adornado con alguna que otra pose culturista, y la insegura desconfianza del que necesita una segunda opinión para cerciorarse de lo que ya cree con firmeza. Por algún tipo de sitaución que escapaba al entendimiento de cualquier cerebro de capacidad media-alta, el espejo había dejado de escupir la cruda verdad, a menudo tan cruda y dificil de masticar como un filete sanguinolento y graso, y de filetes grasos Corque entendía un huevo.
Es sabido que todo aquel que, con oscuras metas, pretende obtener algo de ti, no repara en falsos alagos, pero, también es cierto que de un inerte espejo no se pueden esperar segundas intenciones, al menos no de uno comprado en Ikea, los Noruegos son todo lo fríos que te de la gana, pero desde luego si de algo estamos todos seguros es que si te tienen que decir algo te lo dicen remangados, con muy mala cara y mirándote fijamente a los ojos.
Después de 30 minutos vistiéndose frente al espejo, suficientes como para quedar finalista en su particular mundial de culturismo e incapaces de borrar de su cara su media sonrisa sádicamente bobina salió con paso firme del piso, hoy iba a ser un buen día... hoy... iban a llover ondanadas de ostias.